domingo, 16 de agosto de 2015
viernes, 17 de julio de 2015
Apuntes en Tamil Nadu , India 2009 - 2010
Arribo al aeropuerto de Chennai a
medianoche, las maletas caen desde casi un metro de altura en una máquina que
parece reciclada de un viejo molino.
A la entrada del baño, un olor me
golpea. El aseo de los inodoros luce total abandono. Un enorme tarro rodeado de
moscas es el lavamanos. Bienvenido a Asia.
Opto por lavar mis manos con una
toalla húmeda que guardé del avión. En mi estadía pronto aprenderé que los Indios
no usan mucho el papel higiénico y entenderé para que es la pequeña manguerita
ubicada al lado de la taza del baño. Nuestra occidental afición por este rollo
de papel, es considerada aquí una práctica altamente antihigiénica.
Pero dejemos estos temas
difíciles un momento, considerando que serán una preocupación constante en todo
este viaje.
A salida me esperan mis
anfitriones, caminamos al estacionamiento. En el piso duermen personas, algunos
solo cubiertos por un taparrabos. ¿Indigentes? No creo que aquí exista un
límite que divida esa categoría de los subempleados. A nuestros ojos todos
parecen indigentes sin empleo, en “situación de calle” diría un siútico de
fundación o ministerio; pero son trabajadores de diversos oficios, mezclados
con profesionales y empleados.
Quienes aquí descansan en este
calor húmedo y entre el tráfico incesante, aunque ya es madrugada; durante el
día venden frutas o golosinas, estacionan autos, anuncian recorridos de buses, etc.
Muchos son niños.
CITY TOUR A PIE
En el centro, en el barrio
Triplicane de Chennai, está el hotel Paradise, sin lujo alguno, que más parece
un consultorio de salud.
Afuera todo sucede en la calle. En
plena vereda carpinteros martillan sus muebles, vendedores de comida bañan a
sus niños, cargadores transportan todo tipo de mercaderías, pastores conducen
un rebaño de cabras, estas lucen su lomo y cornamentas pintadas de un color
fuxia. Se acerca una celebración musulmana y están decoradas para ser vendidas
como sacrificio para Alá. Es un barrio moro, de buenos hoteles y tiendas de
telas. Hay un cajero automático, cuya
puerta se abre tras sortear cajas de
piñas y carretones.
Perros, gatos, cabras, vacas, circulan
en libertad por las vías. Ocasionalmente vemos un camello y un elefante
conducido por varias personas, tal vez traido de alguna aldea para algún
evento. Los elefantes se suelen arrendar para matrimonios por un alto costo.
Carretas con caballos cargan
frutas o madera. Triciclos, moto – taxis, bici - taxis, motocicletas, integran
un tráfico febril que espera la luz verde para girar en “U” y enfrentarse a
otra estampida de más motos, autos, o buses con ventanas sin vidrios. El calor
supera los 35º y se agrava con la fetidez del agua podrida, restos de fruta,
vegetales, comida y excrementos de animales.
Experimentar esta realidad en la propia
nariz, inicia a cualquier occidental en la compresión básica sobre India, pero se debe considerar también, que esta es
una comprensión muy primaria. Al poco tiempo estaré seguro de no comprender ni
el 5 %, ya que la riqueza extrema y un alto desarrollo tecnológico de esta
potencia mundial, conviven también con tradiciones que los occidentales
llamamos pobreza y con la miseria real, honestamente exhibida al turista, a
diferencia de la de nuestros países, maquillada, oculta tras los extramuros o
disfrazada de mal gusto gringo, o la ostentación de narco culturas.
El Chennai shopping tiene una
estética de los años 50 pero exhibe grandes tiendas de discos, telas finas y
joyas.
TREN AL SUR
Al otro día abordo un tren en la
Chennai Railway Junction, la estación central de la ciudad. Será un viaje de
seis horas hacia el sur, junto a un grupo de amigos sudamericanos. Vamos hacia la ciudad de Tiruchirrapali , más conocida como Trychi, al
sur del estado de Tamil Nadu, a reunirnos con organizaciones ecologistas.
Los trenes por dentro lucen
limpios y no tan antiguos como esperaba. Aunque la crudeza del baño nos anuncia un viaje nada premium.
Tampoco hay la posibilidad de viajar
en el techo “a lo Gandhi”. Un compañero uruguayo nos recuerda que la India se
caracteriza por sus terribles accidentes ferroviarios. Descarrilamientos monumentales de frecuencia rutinaria.
Al rato con el tren a
gran velocidad, le encuentro conversando entre los vagones muy cerca de la
puerta abierta. Les pido tomen
precauciones y conversen afirmados de algún pasamanos y alejados del abismo. Un
accidente en estos campos inmensos arruinaría por completo esta aventura y no
imagino una ambulancia llegando a tiempo.
Se ponen a resguardo y me sonríen, como contagiados con la sabiduria de Sri Aurobindo. Yo imagino que este tren nos lleva a encontrarnos con multitudes decididas a acabar con otro imperio a punta de una rueca, de un poema en sanscrito, de un puñado de sal.
Paisajes magníficos se suceden
entre estaciones desoladas, algunas tienen sus nombres escritos en caracteres.
En una estación hay un grupo que parece ser de alguna etnia, visten turbantes
rojo intenso y su piel es muy oscura. Les preguntamos en inglés como se llama
el pueblo. No nos entienden, hablan un dialecto, tal vez derivado del
Tamil.
Cuando el tren reanuda su marcha,
nos saludan y sonríen. Sus dientes blancos nos iluminan por varios segundos,
haciéndonos sentir el profundo y milenario rostro de un planeta del que no sabemos nada.
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